lunes, 6 de agosto de 2018

CAMINAR Y PARAR (SIETE POEMAS)






IMPACTO



Un agudo y punzante escalofrío
recorre el humano cuerpo,
destinado y marchito.
El semblante cambia de color,
las palabras dejan de sonar,
el tiempo se dilata
perdiendo su importancia.
Sucede lo inevitable,
lo que viene después de la vida,
lo que no podemos modificar.
Como un impacto, una implosión,
una visión borrosa, un garabato,
una desazón imparable,
un desmayo inconsciente…
Todo lo soñado, lo inalcanzable,
pasa al vacío recuerdo.
Las esperanzas, las alegrías,
las desdichas, el amor y la fe
fluyen por el cauce del olvido.
Cada momento vital se desvanece
y adquiere inconsistencia,
como si nunca hubiera pasado.



DOLOR


Un latido a destiempo, un espasmo,
un tremendo desánimo,
un amargo sabor en el paladar,
unos ojos chorreantes,
una impotencia indeseable…
Gotas de mercurio
que caen sobre la frente
y resbalan por el pecho
erosionando las entrañas,
calcinando el bienestar.
Se quiebra la rutina,
se rompe la armonía del silencio,
se cubre la entereza
con un manto de desesperación.
El dolor aflora por los poros
en forma de sudor frío, de desazón.
El dolor llega, entra sin permiso,
corrompe nuestras células,
escarba en las paredes del pudor.



INMORTALIDAD


Eras para siempre, intemporal.
Amabas la vida y querías seguir
sintiendo el aire en la cara.
De niño creía que eras inmortal,
tal vez por mi condición humana.
Tenías que vivir más que yo,
pero la enfermedad te invadió.
El salón mermaba mientras crecía,
pero tus hilos cubrían los huecos,
esos escondites de tu propiedad.
Las palabras, los murmullos,
las melodías tarareadas
y los momentos cálidos a tu lado
me han enseñado a querer caminar,
a continuar andando,
respirando, pensando…
Y melodías dulces me acompañan
en mi deambular diario por la vida,
canciones eternas, estrofas sin fin.



CONVERSACIONES


Hablando de la familia, del futuro,
de todo aquello importante,
de la vida y de la muerte,
de la fina línea que las separa.
Cuando las horas eran completas
y los minutos se expandían…
Cuando las palabras eran serenas
y la calma se adentraba en mi ser,
no imaginaba que desaparecerían.
El correr del tiempo desgasta la vida,
el flujo de sensaciones maravillosas
se va secando cual vieja piel.
Permanecerán las conversaciones,
nuestros sueños, las ilusiones.
Pero la mano cercana se ha ido,
y no volverá, ahora es humo.
Seguiré dialogando, aun en soledad,
aun en silencio, conmigo y sin ti.



CORRER


De niño corría, quería llegar al hogar.
Había muchas tardes felices,
algunas noches de esperanza.
De mayor me detuve a contemplar,
pude ver un sendero irregular,
aprendí a caminar solo, a tropezar.
Desde el sosiego de la madurez
he hallado ciertas respuestas
y ya no voy tan rápido, ando cauto,
guardando mis fuerzas para mañana,
buscando el equilibrio emocional.
Mientras las nubes se desplazan
dibujando fantasmagóricas siluetas,
yo me hago mis dibujos irreales
con mis seres perdidos,
los encuentro en mi memoria,
en mi inconsciente, en mis sueños.
Y no debo dejar de amar, de soñar,
de correr hacia la eternidad.



ARMONÍA


El tiempo se detiene en mi mente
y vislumbro unas felices secuencias.
Estoy junto a mi familia, en mi hogar,
me siento poderoso, capaz, pleno.
De entre los escombros
de esas imágenes
logro rescatar unas pocas,
las que la fragilidad de mis recuerdos
me permite visualizar
un tanto difuminadas.
Puedo sentir esa paz, ese sosiego…
Despierto, vivo y duermo otra vez.
Me levanto otro día,
sonrío, lloro, amo…
El silencioso paso de las madrugadas
ha ido distorsionando
los bellos acordes
del amanecer multicolor,
sin diluir los colores,
sin romper la armonía.



ESPERANZA


Lo último que se pierde, dicen,
el refugio del humano,
el argumento del religioso.
Te agarras con fuerza a ella
cuando llega el momento de parar,
de dejar de caminar.
La esperanza nos consuela,
nos hace más fuertes,
pero también más vulnerables.
Al dar ese último paso
hacia la inexistencia,
hacia la inevitable liberación
de la cruda realidad,
no perdemos la esperanza.
También nos llevamos con nosotros
todos los restos de esa vida,
alguna vez desaprovechada
por un irracional miedo a vivirla,
que tal vez perduren para siempre.