martes, 27 de septiembre de 2016

LA LIGEREZA DE LA POESÍA





Un poeta, hoy, es ese bicho raro, al que nadie entiende, nadie lee y a nadie le interesa lo que dice. Me pregunto qué ha pasado con la poesía, ese medio de expresión de sentimientos íntimos que tanto les cuesta mostrar a los jóvenes de ahora. Hubo un tiempo, sin internet ni móvil, en que muchas personas se comunicaban por carta, se escribían poemas bonitos y se decían por escrito cosas muy importantes.

Cuando era joven, hace treinta años, y escribía octavas reales, sonetos y romances emulando a los grandes poetas de la Historia, al menos los que yo creía que lo eran, entonces sentía la letra —mi propia escritura— viva y maravillosa. Los diferentes poemas que escribí, al margen de la calidad literaria, requerían un cierto esfuerzo intelectual, una cierta dedicación, una "pérdida de tiempo" desde el punto de vista de los que se dedican a optimizar su tiempo en la actualidad. Tal vez haber nacido sin las comodidades con que nacen hoy los niños me condicionó para actuar de esa manera, en lugar de jugar con una consola o un móvil.

No sé si soy poeta o un impostor; no sé si prefiero la literatura a lo audiovisual, o, simplemente, creo que tengo que elegir siempre lo escrito para ser más feliz. Pero no dejaré de escribir poemas, a pesar de que no disfruten de una gran difusión en esta tecnológica sociedad. Leería cien —considerados mediocres— poemas antes que escuchar una profunda reflexión de Belén Esteban.

Seguiré escribiendo poemas de amor, apocalípticos, retorcidos, ásperos, nostálgicos, largos, cortos, sencillos, profundos, de la libertad, con rima, sin rima; en fin: poemas. Los escribiré asumiendo que el pequeñísimo hueco que ocupan en la ROM de cualquier ordenador confiere, en el futuro, una gran ligereza a la poesía.

martes, 13 de septiembre de 2016

CADA MINUTO ES DISTINTO




Lo único que he aprendido al paso del tiempo es que las cosas pueden cambiar de la noche al día, en una hora o, incluso, en un minuto; cada instante vivido es único e irrepetible, aunque tengamos la sensación de que todos son similares. Todo lo que nos parece imposible podría hacerse posible y al revés. Pero lo más importante es asumir que somos vulnerables a los cambios, que tenemos que estar preparados para asimilar las nuevas situaciones en los distintos ámbitos de la vida: sentimental, familiar o profesional. Cuando recibimos una determinada llamada telefónica comunicándonos algo que cambia de repente nuestro establecido esquema o nos encontramos con alguien que nos transmite una inesperada noticia, entonces tiembla todo lo que nos parecía estático y perfectamente consolidado en nuestra vida. En esos momentos nos percatamos de la fragilidad de nuestras creencias y de la inconsistencia de algunas afirmaciones que hacemos para afianzarlas.

Me asustan las personas que se creen mejores seres humanos que los demás, que se ven moralmente por encima de muchos, que no sienten ser de la misma condición (humana) que la de los asesinos, violadores o maltratadores; porque dicen ser incapaces de cometer tales actos. Y me pregunto entonces de qué género son los cientos de millones (sí, todos esos) de seres humanos en el Mundo (primero, segundo, tercero y cuarto) capaces de maltratar, abusar sexualmente o matar a menores y niños, en muchos casos sus propios hijos. Seguro que muchos de ellos creen en el mismo dios que los que no matan ni maltratan. A lo mejor nosotros mismos haríamos algo así con los menores si nuestras circunstancias fueran semejantes a las suyas.

Solamente sé que cada minuto es distinto, y lo digo porque el minuto después de saber que hay casi mil millones de niños que han sufrido (o sufren) abusos en el Mundo para mí fue muy distinto del inmediatamente anterior.

NACER CON UN SMARTPHONE EN LA MANO





Nacer en un lugar u otro determina, en gran medida, nuestro futuro bienestar; no es lo mismo salir del vientre de tu madre en una pestilente morada de un país del denominado tercer mundo que ver por primera vez la luz en un limpio hospital del llamado primer mundo. Lo que parece evidente es que el que nace en estos principios del siglo XXI, además de hacerlo con un pan bajo el brazo, se va a encontrar con múltiples "comodidades" derivadas de los constantes avances tecnológicos. Todavía recuerdo aquel tiempo pasado, no tan lejano, en el que no había teléfonos móviles, tampoco internet, la televisión tenía contenidos y generaba poca basura. En esa misma época escribíamos cartas con sellos a nuestros amigos lejanos y poemas de amor para aquellas personas que creíamos amar. Éramos capaces de quedar en un sitio a una determinada hora sin whatsapp ni facebook.

Los tiempos siempre cambian al paso de varias décadas (y si no que se lo digan a la nobleza de Francia al final del siglo XVIII), pero en este siglo las cosas se modifican al paso de lustros, e incluso trienios. De hecho, hace una década aún no nacían los niños con un smartphone en la mano; todavía jugaban con un balón en alguna cancha de cemento de su barrio. Ahora juegan, tanto niños como adultos, a capturar pokemons por la calle con sus potentes móviles. ¿Qué sucederá al paso de otra década o de dos?.