sábado, 2 de julio de 2016

DOS FECHAS EN UNA LÁPIDA




Casi tenemos más miedo a la vida que a la muerte, digo esto porque cuando uno nace está destinado a morir y, durante su existencia, teme al instante final, a pesar de que la muerte va unida irremediablemente a la vida. Yo creo que aquel a quien le aterroriza morir es porque no ha vivido la vida con plenitud, claro que habría que matizar lo que entendemos por vivir la vida con plenitud. Para muchos de nosotros seguro que el concepto de vivir con la mayor plenitud difiere en todos y cada uno de los casos; por eso no me atrevo a dar un modelo de vida fantástico, pues todos los que lo lean pueden pensar que vaya porquería de canon propongo. Pero de lo que sí he de hablar es de armonía en nuestra vida, de sentirse en paz con uno mismo, de poder llegar al momento final, que resulta inevitable, con los deberes hechos. Ya sé que hay niños y jóvenes que pierden la vida, son tragedias diarias que suceden constantemente en el Mundo; en esos casos la muerte carece del sentido que uno podría encontrar si viviese varias décadas. Pero hasta los más jóvenes moribundos, a veces, nos dan lecciones magistrales de cómo hay que enfrentarse a la muerte.
     Tal vez deberíamos detenernos a pensar, en algunos momentos, sobre la muerte (o la no existencia) e intentar asumir nuestra condición de mortales, que algunos no aceptan en vida. A lo mejor solamente se trata de encontrar el punto de conexión entre nuestra insegura vida y nuestra segura muerte. Uno de los mayores afanes que tenemos los humanos siempre ha sido dar con el sentido de la vida, sin embargo no queremos hacer lo mismo con la muerte; simplemente nos aferramos a unas creencias en otra especie de vida después de la muerte, aun a sabiendas de que orgánicamente es imposible que quede vida una vez muertos. Cuando la fe religiosa invade las mentes de las personas dejan de ser mortales para convertirse en hijos de un dios de turno y, así, mitigar el miedo a morir, pero llegado el momento en que hay que abandonar la vida entran las dudas religiosas y aflora la debilidad humana: la muerte es tremenda, pues es la negación de toda continuidad existencial.
     Yo, como ser humano que soy, tengo respeto a la vida y a la muerte, pero me da tanto miedo vivir como morir. Si he nacido para morir, como todo ser vivo, no voy a rebelarme ante ese hecho, más bien cuanto antes me percate de mi condición mejor viviré y moriré, supongo. Lo que no me gustaría es vivir sufriendo porque voy a morir, prefiero morir una sola vez, cuando me toque, y no permitir que cualquier tipo de muerte se apodere de mí en vida, pues de esa manera moriría bastantes veces más sin vivir con toda la fuerza necesaria. En una ocasión me dijo una persona que no hay nada más triste que estar a punto de morirse con la sensación de no haber vivido plenamente la vida. Lo cierto es que al escribir estas líneas sobre la vida y la muerte he sentido ese choque irracional que supone dejar de existir, no ser capaces de comprender el porqué de la vida y de la muerte, la sinrazón de desaparecer un día sin haber podido realizar todo aquello que soñamos y deseamos, pero no logramos llevar a cabo totalmente. No sé si es mejor ser espectador o protagonista, ser activo o pasivo, ser optimista o pesimista, ser bueno o malo. Tal vez no importe lo que hagamos, digamos o escribamos; solamente permanecerán las fechas de nacimiento y fallecimiento grabadas en nuestra lápida, y tampoco para siempre.

1 comentario:

  1. Estoy de acuerdo contigo en que es difícil vivir y morir. El ser humano es consciente desde que nace que está abocado a morir. Aun así nos aferramos a la vida.
    En mi opinión por el sentido de supervivencia animal.

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