jueves, 27 de octubre de 2016

DESPUÉS DEL ÁLBUM BLANCO






Cada uno tiene sus ídolos de la música pop-rock de todos los tiempos. En cada década, desde 1950 hasta hoy, se han dado nombres, tanto de grupos como de solistas, para ocupar los puestos más altos en la lista de los considerados más grandes de la música ligera. Hasta 1968 la música seguía una evolución bastante lógica, dentro de los cambios que aportaban las formaciones existentes en ese momento. Destacaban los Rolling Stones y los Beatles, precedidos por Elvis Presley, por encima de otros artistas cuya calidad era irrefutable. Hay tantos grupos o solistas de los que podría hacer mención, que necesitaría cientos de líneas para escribir sus nombres.

En la década de los sesenta sonaban las canciones cuyas voces pertenecían a Mick Jagger, Paul McCartney o John Lennon, incluso se competía para engrosar el club de fans. Los Rolling Stones siguen su evolución musical y lanzan su séptimo álbum, "Beggars Banquet", cuyo primer tema es "Sympathy for the devil". Mientras los Beatles lanzan su décimo álbum titulado "The Beatles" (también denominado "White album", dado que su portada es totalmente blanca; solo hay escrito "The Beatles" en la parte central), cuyo primer tema es "Back in the USSR". Ese mismo año surgen los tres grupos pioneros del Hard-Rock: Deep Purple, Black Sabbath y Led Zeppelin; aunque, con anterioridad, Jimmy Hendrix había sonsacado de su guitarra un sonido jamás antes oído.

La ruptura es enorme por parte de Hendrix y de las bandas en las que Jimmy Page, Tony Iommi y Ritchie Blackmore tocaban sus guitarras eléctricas. Supone un giro muy importante para el Rock. El sonido en directo de los tres grupos, al igual que el de sus grabaciones, resulta inaudito hasta ese momento. Ellos fueron capaces de crear un género distinto y con múltiples variantes al paso del tiempo. Pero los Beatles, que se habían convertido en uno de los iconos de las adolescentes de casi todo el Mundo, cuyas canciones alcanzaron las más altas posiciones en las listas de superventas de muchos países, al grabar el álbum blanco en 1968 quebrantaron su propia identidad; en realidad, fueron capaces de extraer su auténtica esencia como músicos. El disco doble contiene treinta temas y tiene una duración total de más de noventa minutos. La audición de esta obra maestra de la música pop-rock no deja indiferente a cualquier amante del Rock, al igual que a todo músico, compositor o intérprete, y, además, es la referencia obligada para muchos de aquellos que deciden aprender a tocar un instrumento o, simplemente, a crear su propia música.

La sorprendente catarsis que se hicieron los Beatles desembocó en la propia disolución del grupo al paso de dos años. Ningún grupo en la Historia del Rock ha sido capaz de autoanalizarse para crear su verdadera música. Ese único, e inigualable, trabajo de estudio convierte a los Beatles en una de las más grandes bandas de la Historia de la música pop-rock. Imagino que una gran mayoría piense que canciones como "Yesterday" o "Let it be" han hecho grandes a la Banda de George Harrison y Ringo Starr; cada uno es muy libre de creer lo que quiera. Lo que puedo decir es que después del álbum blanco nada ha sido lo mismo; solamente David Bowie con su trabajo "Ziggy Stardust", publicado en 1972, realizó un esfuerzo creativo de parecida dimensión, aunque con menor influencia posterior.





Gracias a mi desaparecido amigo César (El Patas), amante del Rock, guitarrista y defensor del álbum blanco, por compartir conmigo tanta música. Nunca te olvidaré, amigo mío.

martes, 27 de septiembre de 2016

LA LIGEREZA DE LA POESÍA





Un poeta, hoy, es ese bicho raro, al que nadie entiende, nadie lee y a nadie le interesa lo que dice. Me pregunto qué ha pasado con la poesía, ese medio de expresión de sentimientos íntimos que tanto les cuesta mostrar a los jóvenes de ahora. Hubo un tiempo, sin internet ni móvil, en que muchas personas se comunicaban por carta, se escribían poemas bonitos y se decían por escrito cosas muy importantes.

Cuando era joven, hace treinta años, y escribía octavas reales, sonetos y romances emulando a los grandes poetas de la Historia, al menos los que yo creía que lo eran, entonces sentía la letra —mi propia escritura— viva y maravillosa. Los diferentes poemas que escribí, al margen de la calidad literaria, requerían un cierto esfuerzo intelectual, una cierta dedicación, una "pérdida de tiempo" desde el punto de vista de los que se dedican a optimizar su tiempo en la actualidad. Tal vez haber nacido sin las comodidades con que nacen hoy los niños me condicionó para actuar de esa manera, en lugar de jugar con una consola o un móvil.

No sé si soy poeta o un impostor; no sé si prefiero la literatura a lo audiovisual, o, simplemente, creo que tengo que elegir siempre lo escrito para ser más feliz. Pero no dejaré de escribir poemas, a pesar de que no disfruten de una gran difusión en esta tecnológica sociedad. Leería cien —considerados mediocres— poemas antes que escuchar una profunda reflexión de Belén Esteban.

Seguiré escribiendo poemas de amor, apocalípticos, retorcidos, ásperos, nostálgicos, largos, cortos, sencillos, profundos, de la libertad, con rima, sin rima; en fin: poemas. Los escribiré asumiendo que el pequeñísimo hueco que ocupan en la ROM de cualquier ordenador confiere, en el futuro, una gran ligereza a la poesía.

martes, 13 de septiembre de 2016

CADA MINUTO ES DISTINTO




Lo único que he aprendido al paso del tiempo es que las cosas pueden cambiar de la noche al día, en una hora o, incluso, en un minuto; cada instante vivido es único e irrepetible, aunque tengamos la sensación de que todos son similares. Todo lo que nos parece imposible podría hacerse posible y al revés. Pero lo más importante es asumir que somos vulnerables a los cambios, que tenemos que estar preparados para asimilar las nuevas situaciones en los distintos ámbitos de la vida: sentimental, familiar o profesional. Cuando recibimos una determinada llamada telefónica comunicándonos algo que cambia de repente nuestro establecido esquema o nos encontramos con alguien que nos transmite una inesperada noticia, entonces tiembla todo lo que nos parecía estático y perfectamente consolidado en nuestra vida. En esos momentos nos percatamos de la fragilidad de nuestras creencias y de la inconsistencia de algunas afirmaciones que hacemos para afianzarlas.

Me asustan las personas que se creen mejores seres humanos que los demás, que se ven moralmente por encima de muchos, que no sienten ser de la misma condición (humana) que la de los asesinos, violadores o maltratadores; porque dicen ser incapaces de cometer tales actos. Y me pregunto entonces de qué género son los cientos de millones (sí, todos esos) de seres humanos en el Mundo (primero, segundo, tercero y cuarto) capaces de maltratar, abusar sexualmente o matar a menores y niños, en muchos casos sus propios hijos. Seguro que muchos de ellos creen en el mismo dios que los que no matan ni maltratan. A lo mejor nosotros mismos haríamos algo así con los menores si nuestras circunstancias fueran semejantes a las suyas.

Solamente sé que cada minuto es distinto, y lo digo porque el minuto después de saber que hay casi mil millones de niños que han sufrido (o sufren) abusos en el Mundo para mí fue muy distinto del inmediatamente anterior.

NACER CON UN SMARTPHONE EN LA MANO





Nacer en un lugar u otro determina, en gran medida, nuestro futuro bienestar; no es lo mismo salir del vientre de tu madre en una pestilente morada de un país del denominado tercer mundo que ver por primera vez la luz en un limpio hospital del llamado primer mundo. Lo que parece evidente es que el que nace en estos principios del siglo XXI, además de hacerlo con un pan bajo el brazo, se va a encontrar con múltiples "comodidades" derivadas de los constantes avances tecnológicos. Todavía recuerdo aquel tiempo pasado, no tan lejano, en el que no había teléfonos móviles, tampoco internet, la televisión tenía contenidos y generaba poca basura. En esa misma época escribíamos cartas con sellos a nuestros amigos lejanos y poemas de amor para aquellas personas que creíamos amar. Éramos capaces de quedar en un sitio a una determinada hora sin whatsapp ni facebook.

Los tiempos siempre cambian al paso de varias décadas (y si no que se lo digan a la nobleza de Francia al final del siglo XVIII), pero en este siglo las cosas se modifican al paso de lustros, e incluso trienios. De hecho, hace una década aún no nacían los niños con un smartphone en la mano; todavía jugaban con un balón en alguna cancha de cemento de su barrio. Ahora juegan, tanto niños como adultos, a capturar pokemons por la calle con sus potentes móviles. ¿Qué sucederá al paso de otra década o de dos?.

sábado, 2 de julio de 2016

DOS FECHAS EN UNA LÁPIDA




Casi tenemos más miedo a la vida que a la muerte, digo esto porque cuando uno nace está destinado a morir y, durante su existencia, teme al instante final, a pesar de que la muerte va unida irremediablemente a la vida. Yo creo que aquel a quien le aterroriza morir es porque no ha vivido la vida con plenitud, claro que habría que matizar lo que entendemos por vivir la vida con plenitud. Para muchos de nosotros seguro que el concepto de vivir con la mayor plenitud difiere en todos y cada uno de los casos; por eso no me atrevo a dar un modelo de vida fantástico, pues todos los que lo lean pueden pensar que vaya porquería de canon propongo. Pero de lo que sí he de hablar es de armonía en nuestra vida, de sentirse en paz con uno mismo, de poder llegar al momento final, que resulta inevitable, con los deberes hechos. Ya sé que hay niños y jóvenes que pierden la vida, son tragedias diarias que suceden constantemente en el Mundo; en esos casos la muerte carece del sentido que uno podría encontrar si viviese varias décadas. Pero hasta los más jóvenes moribundos, a veces, nos dan lecciones magistrales de cómo hay que enfrentarse a la muerte.
     Tal vez deberíamos detenernos a pensar, en algunos momentos, sobre la muerte (o la no existencia) e intentar asumir nuestra condición de mortales, que algunos no aceptan en vida. A lo mejor solamente se trata de encontrar el punto de conexión entre nuestra insegura vida y nuestra segura muerte. Uno de los mayores afanes que tenemos los humanos siempre ha sido dar con el sentido de la vida, sin embargo no queremos hacer lo mismo con la muerte; simplemente nos aferramos a unas creencias en otra especie de vida después de la muerte, aun a sabiendas de que orgánicamente es imposible que quede vida una vez muertos. Cuando la fe religiosa invade las mentes de las personas dejan de ser mortales para convertirse en hijos de un dios de turno y, así, mitigar el miedo a morir, pero llegado el momento en que hay que abandonar la vida entran las dudas religiosas y aflora la debilidad humana: la muerte es tremenda, pues es la negación de toda continuidad existencial.
     Yo, como ser humano que soy, tengo respeto a la vida y a la muerte, pero me da tanto miedo vivir como morir. Si he nacido para morir, como todo ser vivo, no voy a rebelarme ante ese hecho, más bien cuanto antes me percate de mi condición mejor viviré y moriré, supongo. Lo que no me gustaría es vivir sufriendo porque voy a morir, prefiero morir una sola vez, cuando me toque, y no permitir que cualquier tipo de muerte se apodere de mí en vida, pues de esa manera moriría bastantes veces más sin vivir con toda la fuerza necesaria. En una ocasión me dijo una persona que no hay nada más triste que estar a punto de morirse con la sensación de no haber vivido plenamente la vida. Lo cierto es que al escribir estas líneas sobre la vida y la muerte he sentido ese choque irracional que supone dejar de existir, no ser capaces de comprender el porqué de la vida y de la muerte, la sinrazón de desaparecer un día sin haber podido realizar todo aquello que soñamos y deseamos, pero no logramos llevar a cabo totalmente. No sé si es mejor ser espectador o protagonista, ser activo o pasivo, ser optimista o pesimista, ser bueno o malo. Tal vez no importe lo que hagamos, digamos o escribamos; solamente permanecerán las fechas de nacimiento y fallecimiento grabadas en nuestra lápida, y tampoco para siempre.

viernes, 10 de junio de 2016

MIEDO A LA LIBERTAD




Erich Fromm en su libro titulado "Miedo a la libertad" dice que en una sociedad moderna, con sus leyes y normas, solamente puede ser libre aquel individuo neurótico (inestable emocionalmente, pero estable racionalmente) que no se adapta a las condiciones que marca la sociedad en la que vive.
   Se podría describir el miedo a la libertad como ese temor a no adaptarse a la Sociedad y quedar marginado por no acatar sus normas. Los regímenes totalitarios, en algunos casos, son resultado del temor a la existencia de una libertad que pueda provocar anarquía y falta de principios morales (o religiosos).
Se dice que nuestra libertad empieza donde acaba la de los demás, frase que denota que nunca tendremos libertad total viviendo en una sociedad con leyes. La línea que separa la pérdida de libertad, para poder integrarse plenamente en una Sociedad Occidental, de vivir libre en ella sin tener que amoldarse a sus normas, está constituida por el miedo, por el temor a no formar parte del grupo, de quedar apartado de esa corporación humana.
   El miedo a la libertad existe porque ser libre implica valentía, exige decisión, es un estado más difícil que la asunción de ciertas "reglas del juego" para lograr unos determinados objetivos impuestos por la "Sociedad democrática". Es complejo establecer unos principios que nos sirvan como modelo de persona libre viviendo en sociedad, pero si tuviera que aventurarme diría dos: no perder nunca la dignidad por dinero y mantener la compostura ante los ataques por parte de aquellos que no eligen ser libres; su decisión no ha de condicionar la libertad de los demás. Esos son los que nos dicen que tu libertad empieza donde acaba la suya (frase de los que tienen miedo a ser libres y se dedican a poner cotas a la libertad del resto).
   Cada día que me despierto, intento cumplir esos principios, pero no resulta tan fácil; hay que hacer un esfuerzo intelectual (de evasión) grande, para poder ser libre viviendo en una sociedad llena de temores infundados, cuyos valores se desploman con las crisis económicas cíclicas, cuya hipocresía crece día tras día y en la que muchos se sienten alienados en su trabajo.
Por miedo a la libertad, a veces, nos esclavizamos voluntariamente para seguir alimentando este sistema capitalista, en decadencia, que pronto será sustituido por el modelo asiático (trabajar mucho y cobrar poco). No vamos a tener más miedo a la libertad, pues no toma sentido tener miedo a lo desconocido.
   Espero que en la sociedad que se nos viene encima, la de las próximas décadas, seamos capaces de ser una cuarta parte de lo libres que somos hoy. Confiaré en mi suerte para abordar lo que está por suceder.

lunes, 22 de febrero de 2016

SIGLO XXI: DEL SAPIENS AL HABILIS.





La habilidad del humano del siglo XXI ya no consiste en cazar o construirse su vivienda para protegerse de las inclemencias y los depredadores, ahora vale ser un torpe para todo menos para ganar dinero. Puedes permitirte el lujo de no leer poesía y no pasa nada. Puedes no interesarte por la música poco comercial y no pasa nada. Puedes ir de viaje sólo al caribe o a las canarias a tomar el Sol, en vez de ir a ver piedras y algo que llaman cuadros o arte, y no pasa nada. Te puedes interesar sólo por películas filmadas en el siglo XXI y dejar de ver las grandes obras maestras del Cine del anterior siglo, y no pasa nada.

Nos han inculcado la idea de que la cultura se obtiene cuando te dan un título universitario; así pues, los que no poseen ningún diploma expedido por la universidad no se los puede considerar cultos. Siempre pensé que una persona culta era aquella que se cultiva intelectualmente, para lo cual debe intentar comprender tanto las ciencias como las letras y el arte. En el Renacimiento estaba muy claro lo que era un individuo culto, ya que mostraba habilidad tanto para las ciencias como para el arte y las letras. Hoy llamamos culto a un especialista universitario. Tal vez deberíamos llamar a un graduado (o licenciado), que se ha dedicado a memorizar datos y resolver problemas específicos, simplemente "hábil" en esa materia. Por ejemplo: un graduado en filología sería un hábil en esa lengua, un graduado en matemáticas sería un hábil en esa ciencia formal, un ingeniero de caminos sería un hábil para proyectar obras civiles, etc. El problema radica en que la mayor parte de la sociedad piensa que las personas cultas de hoy son esos hábiles que he descrito antes; y por lo tanto, quien no se ajusta a ese baremo no es una persona culta. Creo que se confunde cultura (o inteligencia) con habilidad, por eso catalogo al hombre de hoy como homo habilis más que como homo sapiens.

Me temo que los grandes pensadores de la Historia en el mundo de hoy se quedarían en meros escritores de ensayos sin ninguna influencia en la sociedad actual. Imagino que aquellos antepasados, que se dedicaban a cultivar su intelecto y a encontrar un cierto sentido a su vida, en el mundo de hoy no entenderían por qué la gente se dedica a trabajar ocho horas al día en empleos, que no siempre son de su agrado, compitiendo contra los compañeros en muchos casos, y dan sentido a su vida oyendo a Belén Esteban filosofar en la televisión.

Muchos estudiantes de la universidad, hoy, no tienen tiempo para leer un buen libro, que no esté relacionado con la materia que estudian. A la élite intelectual del país, los universitarios, no les dejan tiempo para cultivarse, bien leyendo, bien desarrollando una actividad artística. Las exigencias del mundo actual no van encaminadas a fortalecer la cultura de sus universitarios. Sólo interesa que la universidad sea una fábrica de hábiles en una sola materia; se manipula mejor a idiotas especializados que a estudiantes cultivados, con capacidad crítica. La revolución telemática ha logrado exterminar la inquietud intelectual del homo sapiens para convertirlo en homo habilis consumista, y así hacer involucionar la especie.