martes, 27 de octubre de 2015

ESOS SEÑORES QUE VIVEN EN TU CASA




Dar continuidad a la especie, es decir, reproducirse, debe de ser una de las sensaciones más impresionantes que experimentas en la vida. Cuando decides ser padre o madre, muchas veces viene motivado por ciertas presiones sociales derivadas de la constante necesidad de seguir un camino marcado por unas normas no escritas: hay que tener hijos y ser feliz en tu matrimonio. No creo que todos los que han sido padres lo hayan elegido libremente y muy convencidos de lo que querían para su vida. Pero, al margen de estas consideraciones, he de decir que me alegra infinito la decisión tomada por cada una de las personas convertidas en padres, pues sólo por ellas esto llamado vida puede tomar algún sentido. No me imagino la vida sin niños jugando en los parques, rompiendo casi todo lo que tocan, corriendo sin control por las aceras, llorando sin parar para obtener alguna chuchería, chillando sin razón para llamar la atención, pasando por los pasos de peatones en bicicleta sin mirar si hay en ese momento un vehículo atravesándolo. Son tantas cosas las que podría escribir acerca de esos "angelitos" llamados también "menores"...

Los "menores", sobre todo los que rozan los dieciocho años, pueden hacer casi todo lo que les pase por su "despierta" cabeza, sin tener en cuenta muchas de las consecuencias de sus actos. El egocentrismo es el valor más apreciado por casi todos ellos, los padres consienten sometiéndose a una especie de dictadura que voy a denominar "pido por la boquita y me lo dan". Comprendo la dificultad que entraña decir "no" a un adolescente al que le han permitido implantar en el seno de la familia la dictadura "pido por la boquita y me lo dan", seguro que muchos padres no se detienen a pensar que podrían estar sujetos a tal dictadura de sus hijos; les cuesta creer que así sea.

Ante esta dictadura, sobre todo del siglo XXI, los padres tienen dos opciones: la primera es aceptarla como algo natural y trabajar mucho para poder satisfacer la demanda de sus hijos tiranos, ya que el precioso tiempo de sus herederos tiene muchísimo más valor que el de ellos mismos, eso es indiscutible; la segunda es no someterse a tal dictadura y negarse al sacrificio derivado de los caprichos de sus adolescentes hijos, pues igual de mayores son para pedir como para dar. Hay que recordar que no hace muchos años gran cantidad de menores ayudaban a sus padres trabajando de aprendices, en el campo o en las labores de casa; no se dedicaban precisamente al "pido por la boquita y me lo dan", más bien era "gracias por mantenerme y seguiré ayudando".

La política de este país ha ido modificando el límite establecido para el final de la enseñanza obligatoria, ha pasado de ser hasta los catorce, a ser hasta los dieciocho; digo dieciocho, pues no permiten la integración fácil al mundo laboral hasta esa edad, aunque la enseñanza secundaria obligatoria sea hasta los dieciséis. Es habitual la permanencia de nuestros hijos en el hogar familiar hasta los treinta o más años, dado que, tanto padres como hijos, están cómodos con dicha situación; unos por tener cerca a los pobres hijos a los que la sociedad no da trabajo y otros porque así pueden ir renovando su dictadura "pido por la boquita y me lo dan" año tras año, hasta encontrar una ocupación digna de su "preparación", con la cual mantengan el nivel económico "regalado" por sus padres y abuelos. El problema es que ese nivel no lo lograrán mantener fuera del seno familiar, por lo cual nunca querrán obtener la total independencia del mismo.

Cinco décadas atrás las parejas tenían, en su mayoría, tres o más hijos, de hecho la familia numerosa se consideraba a partir de cuatro hijos, hoy de tres. Ahora lo normal es tener dos o menos, en algunos casos ninguno, esto está produciendo unas modificaciones en nuestro estilo de vida muy significativas. Antes los padres, sobre todo los de familia numerosa, no podían dejar en herencia una propiedad a cada hijo; tenía que dividirse una o, a lo sumo, dos entre todos. Ahora las cosas han cambiado, por ejemplo en mi familia, de mis padres heredaremos una vivienda cuyo valor se dividirá en cinco partes iguales, mientras que mis sobrinos, que son cuatro, no sé ni cuántos pisos heredarán cada uno, tal vez el reparto sea inverso al nuestro: cada uno cinco viviendas. Está claro que las cosas han variado y mucho.

Otro problema que encuentro en la sociedad actual, ya comentado en otras ocasiones, es la pobreza cultural tanto de padres como de hijos; más aguda en los hijos. Me parece que la universidad de hoy es una "fábrica de replicantes", supuestamente más preparados que nosotros, pero en la realidad observo todo lo contrario. Por otra parte no hay que extrañarse tanto, pues la gran protección que reciben nuestros hijos, hoy en día, no permite que maduren adecuadamente, como lo tuvieron que hacer nuestros padres o nosotros mismos. Respecto al tema de la preparación de los jóvenes de hoy prefiero no decir mucho, pues mi opinión, en ese sentido, puede herir a algunos padres que creen que sus hijos están más preparados por haber terminado una carrera superior y estos creen poseer mayor cultura por ello; me temo que se equivocan unos y otros, pero es una opinión, nada más. Tal vez muchos padres, por el afán de dar a sus hijos lo mejor, han cometido el error de olvidarse de su propia evolución, viviendo por y para los hijos, descuidando muchos aspectos personales, perdiendo prestaciones con el tiempo.

Hemos pasado de educar a los hijos para la vida a "atontarlos" para toda la vida. Muchos de nuestros hijos, jóvenes no adolescentes, no saben expresarse o escribir una carta con la corrección mínima que, se supone, poseen dado su nivel académico, mayor que el nuestro. Yo no estoy diciendo que los jóvenes tengan que ser todos unos "Da Vinci", me conformaría con que fuesen críticos y les gustase más el arte y la lectura que la televisión y las consolas. Difícil tarea es la educación, sin duda. A veces pienso que para educar bien a un hijo hay que hacer todo lo contrario de aquello que propone la sociedad en la cual debe vivir; pero eso no deja de ser una idea peligrosa, sobre todo para su futura integración en la misma. A lo mejor estas generaciones se sacrifican por sus hijos más que nosotros o nuestros padres, aunque no tengo esa esperanza.

El amor fraternal, entre padres e hijos o entre hermanos, lo puedo entender si es de verdad, pues creo que hay hermanos que no se quieren, al igual que hijos y padres. Parece que a una persona, que resulta ser tu padre (o madre) o hermano (o hermana), tienes que amarlo por ese parentesco familiar, olvidando así la posible aversión existente entre personas vinculadas familiarmente.

¿Por qué he de amar incondicionalmente a mi madre, a mi padre o a mis hermanos, sólo por ser mi familia?, observar que no me he preguntado por el amor hacia un hijo, aunque hay casos en los cuales es inexistente, supongo que los menos. La respuesta a esa pregunta no es tan sencilla, creo que los padres aman mucho más a los hijos que al revés; la prueba la tenemos en los sacrificios que hacen constantemente los padres por los hijos, que no tienen parangón con los que hacen los hijos por sus padres. Es probable que, al final, voy a tener razón al creer que no hay por qué amar a un padre o una madre, pues al tener su amor incondicional no es necesario sentir lo mismo; nunca lo vas a perder.

En ocasiones tengo la impresión de que muchos hijos ven a sus padres como esos seres obligados a mantenerlos toda la vida, por haberlos traído al mundo sin su permiso, y, además, como dos "cuentas bancarias" de las cuales son beneficiarios siempre que lo necesiten; si no disponen de una "cuenta" un día, pueden hacerlo de la otra y cuando no disponen de ninguna de las dos, entonces se sienten no queridos por sus padres. No siempre los padres quieren a sus hijos, pero es más común que suceda lo contrario. Cuando un padre (o una madre) no quiere a un hijo, éste lo nota y no entiende por qué sucede algo así; piensa en la sinrazón de ese desamor y no logra asimilarlo. No hay que decir que el hijo no querido, al ver a los demás de su entorno tan protegidos por sus padres, cree que él no debe merecer el mismo cariño que el resto y sufre por ello. No creo que sea positiva tanta protección a los hijos ni la ausencia total de ella, seguro que hay un término intermedio, en el cual se encuentra ese equilibrio emocional necesario en la relación padre e hijo. Sin embargo, un hijo puede no querer a sus padres y estos no enterarse, pues creer que un hijo tuyo no te ama es muy duro de encajar, supongo. Aunque esos hijos que no aman tanto a sus padres, sí que adoran sus bienes; tanto es así, que a su muerte son los primeros en reclamar lo suyo, aunque les cueste la enemistad con sus hermanos, supongo que si no aman a sus padres no tendrán motivo para querer fraternalmente a sus hermanos. Precisamente el amor fraternal es más frágil de lo que parece. El ejemplo está en las herencias: en muchas ocasiones los hermanos, a la muerte de sus dos progenitores reclaman su parte del "botín" como si lo menos importante fuese su procedencia; mientras otros, desde fuera al ver el panorama, aseguran no hacer lo mismo cuando ellos se queden huérfanos."Nunca digas de este agua no beberé".

Espero que nuestros hijos nos amen, al menos, la mitad de lo que nosotros a ellos, con eso sería más que suficiente. Deseo a todos los hijos e hijas adolescentes, o jóvenes de ahora, toda la suerte necesaria para que la vida les trate la mitad de bien que hoy les trata viviendo con sus padres, pues es muy probable que no encuentren un amor tan incondicional, aunque tengan mujer e hijos, como el de sus padres. Cuando dejen de ser hijos y sólo tengan cuenta propia en el banco, sin avales, pensarán en sus padres y se percatarán de lo valioso que es tener padres en la vida, ya que no sólo son esos "señores" que viven en tu casa, te echan broncas y te dan dinero o cosas cuando lo pides por la boquita.



A mi querido padre, que tanto me amó y nos dejó hace ya veinte años:
¡Gracias por haberme querido como nadie lo ha hecho jamás!
¡Nunca podré olvidarte, Papá!









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