domingo, 4 de octubre de 2015

SONRISAS Y MIRADAS ( UN CUENTO CORTO)





En un lugar apartado, en un paraje inconfundible y peculiar vivía un colectivo pequeño de personas, cuyo afán no era el conocimiento científico, ni la tecnología y tampoco había televisión o radio; en fin, no existía mayor entretenimiento que la compañía de otras personas y las diversas manualidades surgidas de la curiosidad, con unas aplicaciones prácticas inmediatas. Es claro que en un ambiente como este las preocupaciones económicas eran inexistentes y carecían de sentido los planteamientos sociales actuales de Occidente. La sociedad del lugar no se basaba en el comercio, no existía el dinero, ni los bancos, ni la bolsa, ni los abusivos intereses derivados de un préstamo. Tal vez en esa sociedad, en la que estaban al margen del lujo y las falsas apariencias, a diferencia del modelo capitalista, no era necesario tener más cosas para ser feliz; vivían con la tranquilidad de poder alimentarse cada día sin tener que trabajar como animales. Podría parecer utópico, a primera vista, pero el caso es que era real.

Existían unas escuelas en las cuales no se enseñaba nada teórico, cómo sintaxis, álgebra, física, química, etc. Era el aspecto práctico lo primordial en los talleres de enseñanza, pero estos se cursaban después de la escuela primaria. Esta educación infantil se fundamentaba sólo en aprender a amar a los semejantes y ser feliz en la convivencia con los demás, pero había de ser de verdad, pues si no era auténtico ese amor y esa felicidad, los profesores podían suspenderte hasta el punto de hacerte repetir el último curso. La manera de decidir si un alumno aprobaba seguía un sistema de positivos, nunca se asignaban negativos, obtenidos a partir de diferentes pruebas, todas orales y a través de diversos juegos. En esas pruebas lo más representativo era el tipo de sonrisa para evaluar la felicidad y el tipo de mirada para el amor. Por supuesto que había una asignatura llamada escritura, en la cual la exigencia no era otra que la de adquirir unas mínimas aptitudes para la comunicación, también útil en aquellos casos en los que las personas tuvieran algún impedimento para realizarlo oralmente. Cómo discernir la sonrisa de felicidad o la mirada con amor era una labor difícil, pero no imposible; la experiencia del profesorado era determinante para diferenciar lo fingido de lo auténtico. Hay que decir que, en los posteriores ciclos de formación, no se descuidaban estos aspectos, lo que sí sucedía es que no era tan necesario estar pendiente en ese nivel, pues se daba por supuesto que en esas edades ya habían aprendido lo suficiente.

Pero en este lugar, al igual que en muchos otros, no todo salía perfecto, ni todos se ajustaban al sistema. Siempre hay alguien que no se somete ni al mejor de los esquemas de vida que se puedan proponer. Encontramos al rebelde, con causa o sin ella, en cualquier colectivo humano, aunque en este que nos ocupa abundaba más el convencido que el crítico; por otro lado, como en todas las sociedades. De lo que era el planteamiento inicial de las sonrisas y miradas a lo que podía derivar, había un abismo; siempre provocado por el afán de superioridad del ser humano. Hasta en ser feliz y amar a los demás queremos ser los mejores, como si de un deporte o un test de inteligencia se tratara.

No queremos quedar como esos tontos que son felices y aman a sus semejantes como a ellos mismos, preferimos luchar por ser mejores que el resto de los mortales y poseer más de todo, bien material o sentimental, porque si no lo hacemos somos incapaces de alcanzar la felicidad; ya no digo lo de amar a los demás, que se me hace harto difícil que podamos sentirlo de verdad. Las reglas del lugar se fueron quebrando poco a poco, el modo de vida basado en el amor y la felicidad por sistema tampoco convencía a unas personas, en principio predispuestas, que no iban a llegar a disfrutar de los valores más preciados de nuestra especie.

Un día, en un momento inesperado, un niño, educado en el amor y la felicidad, rompió la armonía de una sociedad idealista al arrebatar la felicidad a otro semejante, perdiendo su amor por él, todo ello debido a la envidia, tras comprobar que era menos feliz que él y que no lograba sonreír con la misma alegría; era menos feliz y no lo amaba, además era incapaz de sentir algo parecido al amor en su vida, nadie sabía por qué, nadie encauzaba a ese niño, sin sonrisa auténtica y con la mirada perdida en el horizonte. No se logró encontrar una solución a la gran controversia. Todas las buenas intenciones quedaban en el tintero, permanecían en la utopía, sin ver la luz. El colectivo se fue disgregando, se separaron unos de otros, muchos de ellos para siempre, la vida en otra sociedad iba a ser una aventura muy diferente después de esto, pensaban todos.

Es muy posible que exista algo similar a la felicidad y al amor verdadero. A lo mejor algún día el proyecto de vida con el amor y la felicidad como protagonistas es efectivo, lo disfrutamos todos, aunque yo no creo que sea factible jamás, pues con que uno, solamente uno, no quiera ser feliz ni amar a los demás, es imposible que todos lo sean.

La vida sin amor ni felicidad no tiene ningún sentido, pero lo triste es que ha habido, y habrá, muchas personas que han pasado, y pasarán, por la vida sin haber encontrado ni lo uno ni lo otro.






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